Enciende la primera luz del atardecer, como en un cuarto
en el que reposamos y, por una razón fútil,
pensamos que el mundo imaginado es el bien esencial.
Ésta es, por tanto, la cita más intensa.
Con esta idea nos reunimos, prescindiendo
de toda indiferencia, en una sola cosa:
dentro de una cosa sola, un solo chal
Rodeándonos fuerte; pues somos pobres, un calor,
una luz, un poder, la influencia milagrosa.
Ahora, aquí, nos olvidamos el uno del otro y de nosotros mismos.
Sentimos la oscuridad de un orden, una totalidad,
un saber, que organizó la cita.
Dentro de su lindes vitales, en la mente.
Decimos: Dios y la imaginación son una misma cosa...
Cuán arriba la candela más alta ilumina lo oscuro.
De esta misma luz, de esta mente central,
hacemos una morada en el aire del atardecer
En la que estar allí, juntos, es suficiente.
Wallace Stevens
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