miércoles, 13 de agosto de 2008

SONETO XCI


La edad nos cubre como la llovizna,

interminable y árido es el tiempo,

una pluma de sal toca tu rostro,

una gotera carcomió mi traje:

el tiempo no distingue entre mis manos

o un vuelo de naranjas en las tuyas:

pica con nieve y azadón la vida:

la vida tuya que es la vida mía.

La vida mía que te di se llena de años,

como el volumen de un racimo.

Regresarán las uvas a la tierra.

Y aún allá abajo el tiempo sigue siendo,

esperando, lloviendo sobre el polvo,

ávido de borrar hasta la ausencia.


Pablo Neruda

EL ACERTIJO (Cuento folklórico)


Érase una vez el hijo de un rey, a quien entraron deseos de correr mundo, y se partió sin más compañía que la de un fiel criado. Llegó un día a un extenso bosque, y al anochecer, no encontrando ningún albergue, no sabía dónde pasar la noche. Vio entonces a una muchacha que se dirigía a una casita y, al acercarse, se dio cuenta de que era joven y hermosa. Se dirigió a ella y le dijo:
-Mi buena niña, ¿no nos acogerías por una noche en la casita, a mí y a mi criado?
-De buen grado lo haría -respondió la muchacha con voz triste-; pero no se los aconsejo. Mejor es que busquen otro alojamiento.
-¿Por qué? -preguntó el príncipe.
-Mi madrastra tiene malas tretas y odia a los forasteros -contestó la niña, suspirando.
Bien se dio cuenta el príncipe de que aquella era la casa de una bruja; pero como no era posible seguir andando en la noche cerrada, y, por otra parte, no era miedoso, entró. La vieja, que estaba sentada en un sillón junto al fuego, miró a los viajeros con sus ojos rojizos:
-¡Buenas noches! -dijo con voz gangosa, que quería ser amable-. Siéntense a descansar.
Y sopló los carbones, en los que se cocía algo en un puchero.
La hija advirtió a los dos hombres que no comiesen ni bebiesen nada, pues la vieja estaba confeccionando brebajes nocivos. Ellos durmieron apaciblemente hasta la madrugada, y cuando se dispusieron a reemprender la ruta, estando ya el príncipe montado en su caballo, dijo la vieja:
-Aguarda un momento, que tomarás un trago como despedida.
Mientras entraba a buscar la bebida, el príncipe se alejó a toda prisa, y cuando volvió a salir la bruja con la bebida, sólo halló al criado, que se había entretenido arreglando la silla.
-¡Lleva esto a tu señor! -le dijo.
Pero en el mismo momento se rompió la vasija y el veneno salpicó al caballo; tan virulento era, que el animal se desplomó muerto, como herido por un rayo. El criado echó a correr para dar cuenta a su amo de lo sucedido; pero, no queriendo perder la silla, volvió a buscarla. Al llegar junto al cadáver del caballo, encontró que un cuervo lo estaba devorando.
«¿Quién sabe si cazaré hoy algo mejor?», se dijo el criado; mató, pues, al cuervo y se lo metió en el zurrón.
Durante toda la jornada estuvieron errando por el bosque, sin encontrar la salida. Al anochecer dieron con una hospedería y entraron en ella. El criado dio el cuervo al posadero, a fin de que se lo guisara para cenar. Pero resultó que había ido a parar a una guarida de ladrones, y ya entrada la noche se presentaron doce bandidos que concibieron el propósito de asesinar y robar a los forasteros. Sin embargo, antes de llevarlo a la práctica se sentaron a la mesa, junto con el posadero y la bruja, y se comieron una sopa hecha con la carne del cuervo. Pero apenas hubieron tomado un par de cucharadas, cayeron todos muertos, pues el cuervo estaba contaminado con el veneno del caballo.
Ya no quedó en la casa sino la hija del posadero, que era una buena muchacha, inocente por completo de los crímenes de aquellos hombres. Abrió a los forasteros todas las puertas y les mostró los tesoros acumulados. Pero el príncipe le dijo que podía quedarse con todo, pues él nada quería de aquello, y siguió su camino con su criado.
Después de vagar mucho tiempo sin rumbo fijo, llegaron a una ciudad donde residía una orgullosa princesa, hija del Rey, que había mandado pregonar su decisión de casarse con el hombre que fuera capaz de plantearle un acertijo que ella no supiera descifrar, con la condición de que, si lo adivinaba, el pretendiente sería decapitado. Tenía tres días de tiempo para resolverlo; pero eran tan inteligente, que siempre lo había resuelto antes de aquel plazo. Eran ya nueve los pretendientes que habían sucumbido de aquel modo, cuando llegó el príncipe y, deslumbrado por su belleza, quiso poner en juego su vida. Se presentó a la doncella y le planteó su enigma:
-¿Qué es -le dijo- una cosa que no mató a ninguno y, sin embargo, mató a doce? En vano la princesa daba mil y mil vueltas a la cabeza, pero no acertaba a resolver el acertijo. Consultó su libro de enigmas, pero no encontró nada; había terminado sus recursos. No sabiendo ya qué hacer, mandó a su doncella que se introdujese a escondidas en el dormitorio del príncipe y se pusiera al acecho, pensando que tal vez hablaría en sueños y revelaría la respuesta del enigma. Pero el criado, que era muy listo, se metió en la cama en vez de su señor, y cuando se acercó la doncella, arrebatándole de un tirón el manto en que venía envuelta, la echó del aposento a palos. A la segunda noche, la princesa envió a su camarera a ver si tenía mejor suerte. Pero el criado le quitó también el manto y la echó a palos.
Creyó entonces el príncipe que la tercera noche estaría seguro, y se acostó en el lecho. Pero fue la propia princesa la que acudió, envuelta en una capa de color gris, y se sentó a su lado. Cuando creyó que dormía y soñaba, se puso a hablarle en voz queda, con la esperanza de que respondería en sueños, como muchos hacen. Pero él estaba despierto y lo oía todo perfectamente.
Preguntó ella:
-Uno mató a ninguno, ¿qué es esto?
Respondió él:
-Un cuervo que comió de un caballo envenenado y murió a su vez.
Siguió ella preguntando:
-Y mató, sin embargo, a doce, ¿qué es esto?
-Son doce bandidos, que se comieron el cuervo y murieron envenenados.
Sabiendo ya lo que quería, la princesa trató de escabullirse, pero el príncipe la sujetó por la capa, que ella hubo de abandonar. A la mañana, la hija del Rey anunció que había descifrado el enigma y, mandando venir a los doce jueces, dio la solución ante ellos. Pero el joven solicitó ser escuchado y dijo:
-Durante la noche la princesa se deslizó hasta mi lecho y me lo preguntó; sin esto, nunca habría acertado.
Dijeron los jueces:
-Danos una prueba.
Entonces el criado entró con los tres mantos, y cuando los jueces vieron el gris que solía llevar la princesa, fallaron la sentencia siguiente:
-Que este manto se borde en oro y plata; será el de la boda de ustedes.



El acertijo[Cuento folclórico. Texto completo]
Anónimo
Érase una vez el hijo de un rey, a quien entraron deseos de correr mundo, y se partió sin más compañía que la de un fiel criado. Llegó un día a un extenso bosque, y al anochecer, no encontrando ningún albergue, no sabía dónde pasar la noche. Vio entonces a una muchacha que se dirigía a una casita y, al acercarse, se dio cuenta de que era joven y hermosa. Se dirigió a ella y le dijo:
-Mi buena niña, ¿no nos acogerías por una noche en la casita, a mí y a mi criado?
-De buen grado lo haría -respondió la muchacha con voz triste-; pero no se los aconsejo. Mejor es que busquen otro alojamiento.
-¿Por qué? -preguntó el príncipe.
-Mi madrastra tiene malas tretas y odia a los forasteros -contestó la niña, suspirando.
Bien se dio cuenta el príncipe de que aquella era la casa de una bruja; pero como no era posible seguir andando en la noche cerrada, y, por otra parte, no era miedoso, entró. La vieja, que estaba sentada en un sillón junto al fuego, miró a los viajeros con sus ojos rojizos:
-¡Buenas noches! -dijo con voz gangosa, que quería ser amable-. Siéntense a descansar.
Y sopló los carbones, en los que se cocía algo en un puchero.
La hija advirtió a los dos hombres que no comiesen ni bebiesen nada, pues la vieja estaba confeccionando brebajes nocivos. Ellos durmieron apaciblemente hasta la madrugada, y cuando se dispusieron a reemprender la ruta, estando ya el príncipe montado en su caballo, dijo la vieja:
-Aguarda un momento, que tomarás un trago como despedida.
Mientras entraba a buscar la bebida, el príncipe se alejó a toda prisa, y cuando volvió a salir la bruja con la bebida, sólo halló al criado, que se había entretenido arreglando la silla.
-¡Lleva esto a tu señor! -le dijo.
Pero en el mismo momento se rompió la vasija y el veneno salpicó al caballo; tan virulento era, que el animal se desplomó muerto, como herido por un rayo. El criado echó a correr para dar cuenta a su amo de lo sucedido; pero, no queriendo perder la silla, volvió a buscarla. Al llegar junto al cadáver del caballo, encontró que un cuervo lo estaba devorando.
«¿Quién sabe si cazaré hoy algo mejor?», se dijo el criado; mató, pues, al cuervo y se lo metió en el zurrón.
Durante toda la jornada estuvieron errando por el bosque, sin encontrar la salida. Al anochecer dieron con una hospedería y entraron en ella. El criado dio el cuervo al posadero, a fin de que se lo guisara para cenar. Pero resultó que había ido a parar a una guarida de ladrones, y ya entrada la noche se presentaron doce bandidos que concibieron el propósito de asesinar y robar a los forasteros. Sin embargo, antes de llevarlo a la práctica se sentaron a la mesa, junto con el posadero y la bruja, y se comieron una sopa hecha con la carne del cuervo. Pero apenas hubieron tomado un par de cucharadas, cayeron todos muertos, pues el cuervo estaba contaminado con el veneno del caballo.
Ya no quedó en la casa sino la hija del posadero, que era una buena muchacha, inocente por completo de los crímenes de aquellos hombres. Abrió a los forasteros todas las puertas y les mostró los tesoros acumulados. Pero el príncipe le dijo que podía quedarse con todo, pues él nada quería de aquello, y siguió su camino con su criado.
Después de vagar mucho tiempo sin rumbo fijo, llegaron a una ciudad donde residía una orgullosa princesa, hija del Rey, que había mandado pregonar su decisión de casarse con el hombre que fuera capaz de plantearle un acertijo que ella no supiera descifrar, con la condición de que, si lo adivinaba, el pretendiente sería decapitado. Tenía tres días de tiempo para resolverlo; pero eran tan inteligente, que siempre lo había resuelto antes de aquel plazo. Eran ya nueve los pretendientes que habían sucumbido de aquel modo, cuando llegó el príncipe y, deslumbrado por su belleza, quiso poner en juego su vida. Se presentó a la doncella y le planteó su enigma:
-¿Qué es -le dijo- una cosa que no mató a ninguno y, sin embargo, mató a doce? En vano la princesa daba mil y mil vueltas a la cabeza, pero no acertaba a resolver el acertijo. Consultó su libro de enigmas, pero no encontró nada; había terminado sus recursos. No sabiendo ya qué hacer, mandó a su doncella que se introdujese a escondidas en el dormitorio del príncipe y se pusiera al acecho, pensando que tal vez hablaría en sueños y revelaría la respuesta del enigma. Pero el criado, que era muy listo, se metió en la cama en vez de su señor, y cuando se acercó la doncella, arrebatándole de un tirón el manto en que venía envuelta, la echó del aposento a palos. A la segunda noche, la princesa envió a su camarera a ver si tenía mejor suerte. Pero el criado le quitó también el manto y la echó a palos.
Creyó entonces el príncipe que la tercera noche estaría seguro, y se acostó en el lecho. Pero fue la propia princesa la que acudió, envuelta en una capa de color gris, y se sentó a su lado. Cuando creyó que dormía y soñaba, se puso a hablarle en voz queda, con la esperanza de que respondería en sueños, como muchos hacen. Pero él estaba despierto y lo oía todo perfectamente.
Preguntó ella:
-Uno mató a ninguno, ¿qué es esto?
Respondió él:
-Un cuervo que comió de un caballo envenenado y murió a su vez.
Siguió ella preguntando:
-Y mató, sin embargo, a doce, ¿qué es esto?
-Son doce bandidos, que se comieron el cuervo y murieron envenenados.
Sabiendo ya lo que quería, la princesa trató de escabullirse, pero el príncipe la sujetó por la capa, que ella hubo de abandonar. A la mañana, la hija del Rey anunció que había descifrado el enigma y, mandando venir a los doce jueces, dio la solución ante ellos. Pero el joven solicitó ser escuchado y dijo:
-Durante la noche la princesa se deslizó hasta mi lecho y me lo preguntó; sin esto, nunca habría acertado.
Dijeron los jueces:
-Danos una prueba.
Entonces el criado entró con los tres mantos, y cuando los jueces vieron el gris que solía llevar la princesa, fallaron la sentencia siguiente:
-Que este manto se borde en oro y plata; será el de la boda de ustedes.


Anónimo

RIMA XXVI


Tú eras el huracán y yo la altatorre que desafía su poder:

¡tenías que estrellarte o que abatirme!

¡No podía ser!

Tú eras el océano y yo la enhiestaroca que firme aguarda su vaivén:

¡tenías que romperte o que arrancarme!

¡No podía ser!

Hermosa tú, yo altivo: acostumbradosuno a arrollar, el otro a no ceder:

la senda estrecha, inevitable el choque...

¡No podía ser!


Gustavo Adolfo Bécquer

EMOTIVISMO MORAL ( Ensayo)


"El emotivismo moral se opone al intelectualismo moral. Esta última teoría moral afirma que la condición necesaria y suficiente para la conducta moral es el conocimiento; por ejemplo, que para ser buenos es necesario y suficiente el conocimiento de la bondad. Esta teoría parece contraria a las ideas corrientes pues para la mayoría de las personas se puede ser malo sabiendo sin embargo qué es lo que se ha de hacer, cuál es nuestro deber. El emotivismo moral se acerca mucho más a la concepción corriente o de sentido común al desatacar la importancia de la esfera de los sentimientos y las emociones en la vida moral.
¿Cuáles son los principios generales de la moral?, ¿en qué medida la razón o el sentimiento entran en todas las decisiones de alabanza o censura?
La razón tiene una aportación notable en la alabanza moral: las cualidades o las acciones que alabamos son aquellas que guardan relación con la utilidad, con las consecuencias beneficiosas que traen consigo para la sociedad. Excepto casos sencillos y claros, es muy difícil dar con las leyes más justas, leyes que respeten los intereses contrapuestos de las personas y las peculiares circunstancias de cada acción. La razón puede ayudarnos a decidir cuáles son las consecuencias útiles o perniciosas de las cualidades y las acciones, y por lo tanto debe tener cierto papel en la experiencia moral.
Aún así, la razón es insuficiente.
Porque:
1) Si la razón fuese el fundamento de la moral, entonces lo moral tendría que ser un hecho o algún tipo de relaciones, dado que la razón solo puede juzgar sobre cuestiones de hecho o relaciones. El carácter de mala o buena de una acción o cualidad no es algo que se incluya como un elemento o propiedad real del objeto o cosa que valoramos: al no ser una cuestión de hecho, dicho carácter no aparece en la descripción de las propiedades reales de los objetos que podemos percibir (colores, formas, tamaños, movimientos, etc)
2) Se podría alegar que el carácter criminal de la acción anterior no consiste en un hecho individual, sino que es preciso relacionarlos con otras situaciones.
Pero el carácter de mala o buena de una acción o cualidad tampoco es una propiedad de relación, pues cuando conocemos todos los vínculos entre los sujetos que intervienen en una acción –un asesinato, por ejemplo–, en la descripción de dichos vínculos tampoco aparece la maldad o bondad de la acción o cualidad; es cierto que a partir de estos nuevos conocimientos algunos podrían modificar de un modo más benevolente y otros de un modo mas severo su juicio moral, pero no propiamente porque se perciban nuevos hechos, pues la ampliación de nuestro conocimiento al aclarar nuevas relaciones nos ofrece solo hechos, no valores.
En las deliberaciones morales es preciso tener un conocimiento de todos los objetos y de sus relaciones, de todas las circunstancias del caso, antes de que sea correcto dar una sentencia de censura o de aprobación. Si alguna de las circunstancias nos son todavía desconocidas debemos suspender nuestro juicio moral y utilizar nuestras facultades intelectuales para ponerla en claro. Pero conocidas todas las circunstancias no es la razón la que juzga sino el corazón, el sentimiento.
3) La esfera moral tiene una clara analogía con la esfera del gusto o experiencia estética: tampoco la belleza es una propiedad que se incluya en los objetos mismos; es cierto que en la belleza son importantes las relaciones, por ejemplo la belleza clásica parece que depende de la proporción, relación y posición de las partes; pero no por ello la percepción de la belleza consiste en la percepción de dichas relaciones. La belleza no es una cualidad de las cosas sino el efecto que ellas producen sobre la mente, susceptible de recibir tales sentimientos. Ni los sentidos ni el razonamiento es capaz de captar el carácter estético de las cosas. Y lo mismo ocurre, en la esfera moral: “el crimen o la inmoralidad no es un hecho particular o una relación que puede ser objeto del entendimiento, sino que surge por entero del sentimiento de desaprobación, que, debido a la estructura de la naturaleza humana, sentimos inevitablemente al aprehender la barbarie o la traición”.
4) Existen relaciones similares a las que despiertan en nosotros valoraciones morales que sin embargo no tienen influjo en la moralidad: aunque entre los objetos inanimados o entre los animales encontramos relaciones similares a las que se producen entre las personas, las primeras no despiertan en nosotros valoraciones morales pero las segundas sí: “un árbol joven que sobrepasa y destruye a su padre guarda en todo las mismas relaciones que Nerón cuando asesinó a Agripina; y si la moralidad consistiera meramente en relaciones, sin duda alguna sería igualmente criminal”.
5) Los fines últimos de las acciones humanas no dependen de la razón sino del sentimiento. Muchas cosas son deseadas porque sirven para conseguir otras, pero tienen que existir algunas que sean deseables por sí mismas (no todo lo que se quiere se quiere por otra cosa). La razón es incapaz de dar fines finales: nos muestra los medios que podemos utilizar para alcanzar nuestros fines, pero no establece que algo sea fin final. Algo se convierte en fin final cuando despierta en nosotros un sentimiento de agrado. Lo que se desea por sí no lo dicta la razón sino el sentimiento y el afecto humano, el placer y el dolor. Dado que la virtud se quiere por sí misma tiene que ocurrir que se quiera porque despierta en nosotros un sentimiento. Y es precisamente ese sentimiento, y no la razón, el que provoca que la queramos por sí misma.
Hay dos esferas en nuestra subjetividad:
1) La esfera de la razón: está a la base del conocimiento del mundo, de la verdad y la falsedad; descubre lo que hay; nos enseña los medios para alcanzar los fines de nuestras acciones;
nos muestra las cosas tal y como están realmente en la naturaleza; no es motivo de la acción.
2) La esfera del gusto: está a la base de la experiencia moral y la estética; da el sentimiento de belleza y deformidad, de vicio y de virtud; no descubre nada nuevo; y en cierto modo crea rasgos en las cosas: “embelleciendo y tiñendo todos los objetos naturales con los colores que toma del sentimiento interno, origina, en cierto modo, una nueva creación”; da placer o dolor; se convierte en motivo de acción, y en el resorte o impulso para el deseo y la volición.
La moral descansa fundamentalmente en los sentimientos. Hay sentimientos morales, sentimientos que se despiertan en nosotros con ocasión de la percepción de ciertas acciones o cualidades de las personas. El sentimiento moral básico es el que se denomina “humanidad”: sentimiento positivo por la felicidad del género humano, y resentimiento por su miseria. Llamamos acciones virtuosas a todas las acciones que despiertan en nosotros dicho sentimiento, y vicios a las que despiertan en nosotros el sentimiento negativo.
Todos los hombres tienen estos sentimientos. Y los mismos, aparecen de la misma manera en todos, puesto que se encuentran en nuestra propia naturaleza".

David Hume (1711 - 1776)