" El año ha concluido, Enrique, y bueno será que te quede como recuerdo del último día la imagen del niño sublime que dio la vida por su amiga. Ahora te vas a separar de tus maestros y de tus compañeros, y tengo que darte una triste noticia. La separación no durará sólo tres meses, sino siempre. Tu padre, por motivos de su profesión, tiene que ausentarse de Turín y todos nosotros con él. Nos marcharemos en el próximo otoño. Tendrás que entrar en una nueva escuela. Esto te disgusta, ¿no es verdad? Porque estoy segura que quieres a tu antigua escuela, donde durante cuatro años, dos veces al día, has experimentado la alegría de haber trabajado; donde has visto por tanto tiempo, a la misma hora, los mismo muchachos, los mismos profesores, los mismos padres, y a tu padre y a tu madre que te esperaban sonriendo; tu antigua escuela, donde se ha desarrollado tu espíritu, donde has encontrado tantos buenos camaradas, en donde cada palabra que has oído tenía por objeto tu bien, y no has experimentado un disgusto que no te haya sido útil. Lleva, pues, este afecto contigo y da un adiós de corazón a todos esos niños. Algunos serán desgraciados, perderán pronto a sus padres o a sus madres, otros morirán jóvenes; otros tal vez derramarán noblemente su sangre en las batallas; muchos serán buenos y honrados obreros, padres de familia, trabajadores y dignos como ellos, y ¿quién sabe si no habrá alguno también que prestará grandes servicios a su país y hará su nombre glorioso? Sepárate de todos afectuosamente; deja un poco de cariño en esa gran familia en la cual has entrado niño y has salido casi jovenzuelo, y que tu padre y tu madre aman tanto porque tú has sido allí muy querido. La escuela es una madre, Enrique mío; ella te arrancó de mis brazos, hablando apenas, y ahora te devuelve grande, fuerte, bueno, inteligente, aplicado. ¡Bendita sea, y no la olvides jamás, hijo mío! ¡Oh, es imposible que la olvides! Te harás hombre, recorrerás el mundo, verás ciudades inmensas, monumentos maravillosos, y acaso te olvides de algunos de éstos; pero aquel modesto edificio blanco, con aquellas persianas cerradas y aquel pequeño jardín donde se abrió la primera flor de tu inteligencia, lo tendrás presente hasta el último día de tu vida, como yo conservo siempre en mi memoria la casa en la cual escuché tus primeros ayes la primera vez. "
Edmundo de Amicis
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