Desde la plataforma del último vagón has venido absorta en la huida del paisaje.
Si al pasar por una avenida de eucaliptos advertiste cómo el tren parecía entrar en una catedral olorosa a tisana y a fiebre;
si llevas una blusa que abriste a causa del calor, dejando una parte de tus pechos descubierta;
si el tren ha ido descendiendo hacia las ardientes sabanas en donde el aire se queda detenido y las aguas exhiben una nata verdinosa,
que denuncia su extrema quietud y la inutilidad de su presencia;
si sueñas en la estación final como un gran recinto de cristales opacos en donde los ruidos tienen el eco desvelado de las clínicas;
si has arrojado a lo largo de la vía la piel marchita de frutos de alba pulpa;
si al orinar dejaste sobre el rojizo balasto la huella de una humedad fugaz lamida por los gusanos de la luz;
si el viaje persiste por días y semanas, si nadie te habla y, adentro, en los vagones atestados de comerciantes y peregrinos te llaman por todos los nombres de la tierra,
si es así,
no habré esperado en vano en el breve dintel del cloroformo y entraré amparado por una cierta esperanza.
Alvaro Mutis
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